6 de julio de 2009: Los Cachorros Perdidos

Los Cachorros Perdidos

6 de julio de 2009

Narrador:

A mediados de julio, los rayos de Helios caían en diagonal sobre el paisaje del bosque de Kahurangi en Nueva Zelanda. Pocos eran los animales despiertos, pues la temperatura oscilaba alrededor de los -5°C. El cielo estaba nublado y el agua comenzaba a congelarse. Varios cachorros garou misteriosamente aparecieron en torno al tupido bosque neozelandés. Poco sabían los animales, plantas y espíritus del lugar sobre los nuevos visitantes, y poca atención recibirían, ya que la mayoría de las criaturas vivas estaban hibernando.

Atuc:

Sus ojos se abrieron lentamente, sintiendo cierta molestia por la luz blanca y la sensación de un día frío. Parecían haber transcurrido pocos segundos y no entendía cómo había cambiado de estación. Frotó sus párpados con ambas manos y, al buscar su daga curva y afilada, se dio cuenta de que ya no la tenía. Solo llevaba puesta su ropa. ¿Qué le había sucedido y dónde estaba la manada? ―¡Hola!― gritó con todas sus fuerzas, escuchando el eco de su voz regresar en aquel lugar desconocido. Se sentó y dio un golpe a la superficie donde estaba, cuando de pronto algo se rompió y, en un abrir y cerrar de ojos, se encontró en el suelo mirando los árboles a su alrededor. Se había caído de una rama.

Ikal:

No sabía cuánto tiempo había pasado desde que llegó a ese extraño lugar. Solo recordaba haber caído y desmayarse. Al levantarse lentamente, sintió zumbidos en sus oídos, probablemente causados ​​por el viaje y la caída. Puso su mano sobre su cabeza, aún desorientado. Abrió los ojos y todo seguía borroso. Intentó enfocar, intentó ver si había alguien más con quien había llegado. Examinó el lugar, el aroma, el clima. Todo era diferente. De repente, escuchó un grito, pero no logró identificar lo que decía. Como pudo, gateó hacia un árbol y se sujetó para poder levantarse. Respiró hondo, tratando de entender qué estaba sucediendo.

Ankor:

Se levantó confundido en un bosque repleto de árboles a su alrededor. No sabía cómo había llegado a ese lugar. Miró su reflejo en un lago, estaba sucio y completamente agotado. Solo quería encontrar a los suyos. Después de recorrer el bosque con hambre, se encontró con un grupo de cuervos comiendo los restos de un ciervo. Con toda la hambre que tenía, esperó a que se alejaran y se acercó a comer esas migajas. No le importaba el mal olor, solo quería sobrevivir.

Narrador:

Varios cachorros comenzaron a despertar en el lugar, incluida la hija menor del Guardián de la Estrella Polar. Algunos se encontraron entre sí, mientras que otros seguían dispersos en el bosque. Los que ya formaron un grupo encendieron una hoguera en un claro del bosque, y alrededor del fuego, sentados en rocas, lloraban por la pérdida de sus padres, tíos, abuelos, hermanos, novios o novias. Todos habían perdido a alguien.

Atuc:

Pudo observar una línea de humo en el horizonte, vestigios de civilización. Se incorporó hasta estar de pie, sintiendo dolor en las nalgas por la caída. Limpió la nieve de su espalda y parte de su cuerpo con las manos. “Bien, Atuc”, se dijo a sí mismo. “Debes buscar a los demás”. Agarró una rama recta y una piedra pequeña, y con un hilo arrancado de su camisa, amarró la piedra al palo, creando un arma improvisada, un hacha de piedra. Caminó hacia donde provenía el fuego y vio una sombra resaltando en la blanca nieve. Sus ojos rojos característicos le indicaron que era uno de los cachorros lupus. Aunque no conocía su nombre, lo había visto en la tribu. ―¡Hey tú!― llamó ―¡Hola!― unos cuervos voltearon a mirarlo primero.

Ikal:

Se incorporó y recordó lo primero que le enseñó su abuela: observar y tener ese contacto con el reino vegetal. Así que se volvió en dirección al árbol que lo sostuvo, respiró profundo tratando de calmar su mente y sus emociones. Puso su frente en el tronco y empezó a sentir el respirar del árbol. Ahora solo necesitaba una respuesta clara de qué estaba pasando. Tuvo la sensación de voltear detrás de él… a lo lejos pudo ver humo. ¿Podría ser que sus compañeros estuvieran allá? Emprendió el camino en esa dirección, con los ojos bien abiertos por si veía a alguno de sus compañeros.

Ankor:

De pronto, Ankor sintió una mirada. Era otro de los suyos, lo había visto en la tribu, pero no solía practicar mucho con los demás. De repente, se le acercó tímidamente y le saludó con un holo. Ankor respondió tímidamente con gruñidos: ―Hola, ¿qué haces aquí? ¿Dónde están todos?― Esperaba que entendiera cuando le hablaba en el idioma de los lobos.

Atuc:

Atuc entendía poco lo que el lupus le decía entre gruñidos. Sabía que le saludaba, pero se sentía impotente e inferior por no conocer su idioma completamente. Con respeto, asintió con la mirada a su hermano de manada y señaló el humo: ―Mira eso, creo que allá hay un campamento. No he aprendido tu lenguaje, pero me gustaría aprenderlo―, le dijo mientras se acercaba moviendo el hacha de piedra en zigzag para alejar a los cuervos. ―Me llamo Atuc, y supongo que sabré tu nombre en cuanto decidas cambiar de forma. No es que te pida que cambies de forma. Lo siento, creo que hago comentarios idiotas. Tú aliméntate tranquilo―, se sentó sobre una piedra a dos metros de distancia del lupus, afilando el hacha de piedra con ambas manos.

Ikal:

Caminaba entre los árboles y gritó: ―¿Hay alguien por ahí?― Paso a paso, se abría camino, recordando lo que había sucedido antes de llegar a este lugar. Aún escuchaba los gritos en su mente, tratando de entender lo ocurrido. Cruzó sus brazos para conservar algo de calor y se acercó más a la columna de humo. Allí vio que habían hecho una hoguera y había personas llorando. No estaban todos. Se conmovió al ver la escena, tratando de identificar quién necesitaba su ayuda en medio de tanta pena.

Ankor:

Volvió a su forma humana y se dirigió a Atuc. —Hey, discúlpame. Igual ando aprendiendo el idioma humano. Pensé que sabías —dijo mientras se presentaba—. Mi nombre es Ankor. Veo que igual estás perdido y con hambre —y le pasó un pedazo de carne—. Hey, come, debes tener hambre. Mira de dónde sale el humo, deberíamos ir allá después. De seguro están los demás allá.

Atuc:

Escuchó un grito a su derecha, lo cual le distrajo lo suficiente como para dejar de prestar atención al lupus. Cuando volteó de nuevo, observó que este se había convertido en un humano. Afortunadamente, ya no tendría que interpretar su complicado lenguaje. —Mucho gusto, Ankor —levantó su mano en señal de saludo. Ankor le ofreció carne, la cual Atuc aceptó. La olfateó, era cruda pero en buen estado. Decidió llevarla consigo y la ató a su espalda improvisando un nudo en su brazo derecho—. Me gusta la carne —sonrió—. Escuchaste eso, fue un grito. Hay alguien cerca. Lo mejor es ir hacia allá. Igual nos queda camino hacia donde proviene el humo —empezó a caminar en dirección a la voz que había escuchado.

Ikal:

Llegó hacia donde estaba la fogata y se acercó a uno de sus compañeros que alimentaba el fuego. —¿Sabes dónde están los demás? ¿Estamos todos aquí? —En su mente estaba la preocupación por saber si estaban todos o si alguien necesitaba ayuda. Volteaba alrededor y trataba de ver lejos para detectar si alguien se aproximaba o si había algún signo de ayuda. Gritó: —¡¿Hay alguien por ahí?! —Sin esperar respuesta, se alejó de la fogata y se acercó a las orillas para ver si alguien venía por el bosque.

Ankor:

Escuchó a Ikal y le dijo a Atuc: —Oye, mira a esa persona. Seguro es alguien de la manada, creo haberlo visto. A lo mejor tiene información.

Narrador:

Cuando los cachorros, incluyendo a Ankor, Atuc e Ikal, estuvieron cerca de la hoguera, un sonido abrupto como los que se producen al romperse los glaciares se escuchó claramente. Las ramas secas de los árboles se movieron, provocando que la nieve cayera sobre las cabezas de los presentes. Muchos de los cachorros estaban estupefactos y miraron hacia el cielo o la tierra sin saber lo que hacían. Pero no tuvieron tiempo de reaccionar, ya que el suelo se precipitó hacia las profundidades de la tierra, formándose una caverna subterránea a 10 metros de profundidad. Afortunadamente, nadie resultó lastimado gracias a los escombros de nieve y tierra que hicieron las veces de una superficie blanda. Frente a ellos se había abierto una bóveda antigua, rodeada por un manantial de agua termal. La bóveda estaba decorada con esculturas de hombres lobo en forma crinos, y cerca de la entrada había una cabeza que brillaba. Los muros altos de piedra despertaron la curiosidad de muchos, quienes entraron en la bóveda para inspeccionarla. Sin embargo, al hacerlo, unas manos de piedra aparecieron junto a la cabeza de ojos brillantes y se prendió fuego sobre ellas. Los cachorros, al presenciar esto, rindieron respeto a la presencia espiritual del lugar inclinándose modestamente.

Atuc:

Solo había caminado unos metros cuando me encontré con un hombre al que había visto en el pasado pero no reconocía su nombre. Ankor me dijo que nos acerquemos a él para preguntarle lo que había ocurrido. Miré al lupus y asentí. Cuando nos disponíamos a acercarnos, junto a los demás presentes, porque había otros de nuestra tribu, sentí que perdía el equilibrio al mismo tiempo que escuchaba un sonido atronador. Casi brincando, separé mis piernas para asumir una postura de equilibrio, separé mis manos y con la mirada busqué la procedencia de ese temblor. Inmediatamente, todo se fue abajo junto a mí y en pocos segundos quedé enterrado en la nieve. Me arrastré hasta salir y me di cuenta de que el lugar había cambiado por completo. Frente a mí estaba una especie de salón de piedra. Me pregunté quién vivía allí y qué era ese lugar. Algunos de mis compañeros caminaban en esa dirección, así que me adelanté y corrí hasta estar en el centro del lugar. Era fantástico y precolombino, debía tener miles de años ese extraño lugar. Una de las estatuas comenzó a brillar, e inmediatamente me incliné. Solo podía ser obra de un espíritu.

Ikal:

Escuché un estruendo y vi cómo la tierra comenzaba a partirse, haciendo que la nieve de los árboles cayera al suelo. Mis compañeros quedaron atónitos y me dije a mí mismo: —Todavía no salgo de una para meterme en otra… —De repente, la tierra se abrió y mi cuerpo cayó junto con el de los demás. Sentí el golpe seco cuando mi cuerpo chocó contra el suelo y solo veía cómo caía la nieve por la parte de arriba. Mientras mis ojos se acostumbraban a la oscuridad, fui viendo que habíamos caído dentro de una cámara. Me incorporé, adolorido por el golpe, y vi dos enormes estatuas de hombres lobos. Algunos se acercaron para investigar, pero yo solo veía la forma de poder salir y comprobar si todos estábamos bien o si alguien más estaba allá arriba. Sin embargo, la altura y la oscuridad dificultaban ver por dónde poder escalar. De repente, se encendió un fuego en la cámara y me puse en alerta.

Ankor:

De pronto, escuché un estruendo y vi a mis amigos caer. —Diablos, veo todo en cámara lenta —pensé mientras todo se iba abajo. Solo sentí un dolor muy fuerte en la cabeza y mi vista se volvió borrosa. Me lastimé con una roca y solo pude pedir ayuda, esperando que alguien me escuchara. Grité: —¡Ayuda!

Atuc:

Una vez dentro de la cámara del templo, la cual poseía dos grandes estatuas de Crinos, escuché un grito de dolor que me preocupó. Acudí al lugar del que provenía el grito y reconocí a Ankor allí postrado y golpeado. Me acerqué a él y con una seña indiqué a dos cachorras que se nos acercaran y nos ayudaran. Les dije: —Está herido, no lo muevan. —Mientras tanto, corrí hacia los escombros y vi una tabla antigua que debió estar allí hace muchos años. Ahora era un trozo petrificado que serviría perfecto como una camilla. La puse junto al cachorro herido. Les dije a los demás: —Pongan la tabla debajo de él. No lo muevan mucho. —Alrededor mío, varios cachorros se acercaron para ayudarnos.

Ikal:

Al acostumbrarme a la luz de la cámara, vi que había otros heridos a causa de la tierra que se abrió. Me rasqué la cabeza y pensé: —Creo que ahí vamos otra vez. —Me sacudí un poco la tierra y la nieve que tenía encima y me dirigí hacia un grupo que estaba atendiendo a un lupus herido. Pregunté a los que lo atendían qué le había pasado para poder ayudarlo.

Ankor:

De pronto, Atuc se acercó al escuchar mis gritos de dolor. Estaba postrado y golpeado. Atuc me colocó sobre una tabla y enseguida sentí cierto alivio. Miré a mi alrededor y vi que eran miembros de la manada quienes nos rodeaban. Por fin, estaríamos mejor. Regresaremos a la aldea.

Narrador:

Rápidamente, los cachorros se reunieron alrededor de Ankor. Afortunadamente, una parentela que había cruzado con ellos conocía sobre medicina y atendió al cachorro con los primeros auxilios.